sábado, 2 de junio de 2012

¡Cuento viejito!...
Tropelía de diminutivos
Ayer, el presidente Juan Manuel Santos –en una clara alusión al expresidente Álvaro Uribe (por aquello de “Hijito, ¡por Dios!”, del gustico, y de sus huesitos, sus carnitas y sus huevitos)– propuso acabar con los diminutivos.
¡Nada nuevo! Carlos Lemos Simmonds, a quien tampoco le gustaban las pequeñeces, al inicio de los años 90 –mucho antes de que Ernesto Samper le asignara una pensionsota vitalicia, por una “palomita” de nueve “díitas” en la Presidencia– había comentado:
“Hace ya unos años escribí acerca del síndrome del diminutivo, como una de las peores características de nuestro país. Aquello de conseguir una platica, hacer un viajecito, tomarse unos traguitos, comprar una casita, pedir un favorcito, levantarse un puestico, y hasta servirse un tintico es, como lo dije entonces, la expresión verbal de una actitud subalterna e inferior ante la vida. Y, desde luego, la renuncia anticipada a pensar en grande para solucionar los –esos sí– enormes problemas que afronta la nación”.
Y “Ogil” agrega este otro diminutivo del romancero popular:
“¡Don Juan, don Juan..., la puntita no más que soy doncella!”.
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