viernes, 16 de abril de 2021

Para reflexionar

Otra buenísima anécdota de mi amigo Gabriel Escobar Gaviria, “Sófocles” (El Espectador).

Hace unos días lavé un vaso en el que había tomado una gaseosa, pero no tuve cuidado de lavar el lavamanos para que parte del dulce de la gaseosa no quedara en él. Más tarde regresé y encontré unas veinte hormigas pequeñísimas, no llegaban ni al milímetro de longitud. Puse el tapón y abrí la llave para llenar el lavamanos lentamente de tal manera que las hormigas al ver subir el agua salieran de allí, sin que ninguno de esos diminutos seres muriera por culpa mía. 

Efectivamente, comenzaron a salir apresuradas. Cuando faltaban cuatro por salir y una de ellas se enredó en una gota de agua que estaba más alta que el nivel donde venía el llenado; por más esfuerzo que hacía, no lograba salir de la gota, las otras tres estaban llegando a la salida. Cerré la llave para que el nivel del agua no siguiera subiendo. Mientras tanto pensaba cómo sacaría a la hormiga de ese lío. Estaba en ese pensamiento cuando veo que, de las tres, dos lograron la salida y la última se devolvió a la misma velocidad que había subido, llegó a la gota y trataba de sacar a la compañerita. Mientras tanto con la uña de mi dedo meñique logré sacarla de la gota y ponerla unos milímetros adelante, aun así, no lograba caminar. La que vino a salvarla se le acercó, algo le hizo, yo no vi qué ni me lo contaron, pero las dos subieron veloces para lograr la salida y yo pude lavar el lavamanos. 

Hay personas supuestamente inteligentes que dicen que esto lo hizo el azar. ¿Puede el azar dotar a una hormiga milimétrica de un cerebro capaz de deducir que una compañera está en peligro y acudir a salvarla aun con riesgo de su propia vida? Dichosos nosotros que podemos ver la inmensidad de Dios en el cerebro de una microhormiga.

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