sábado, 17 de abril de 2021

Rasca bendecida


 Corría la década del 70. El Servicio Nacional de Aprendizaje Sena me asignó el pensum de contabilidad y materias relacionadas, con ubicación en Sevilla (Valle).
Para tal efecto, solicité a las hermanas Marianitas que me facilitaran (de lunes a viernes, en la mañana y por la noche) las aulas de su convento para ejercer mi trabajo. Así cumplí por tres años mi labor.
Durante ese lapso; llegaba a Sevilla los lunes en las primeras horas de la mañana, y me regresaba a Cali los viernes después de dictar mis últimas clases de la noche.
Una que otra vez me quedaba los viernes charlando y tomándome unos tragos en la grata compañía de alumnos y amigos; entonces, me tocaba madrugar el sábado para volver a mi hogar en Cali.
En una de esas me pasé de tragos, y a altas horas de la noche ya estaba muy embriagado. Esto sucedió en una cantina, propiedad de uno de mis alumnos, ubicada frente al claustro de las hermanas de santa Mariana de Jesús, en el parque Heraclio Uribe Uribe.
La madre superiora, sor Clemencia Echeverri (q. e. p. d.), desde el balcón, alcanzó a observar mi borrachera. Sin vacilar, le ordenó al portero del edificio que con dos monjas fuera a sacarme de ese antro... “No es posible ni bien visto que el profesor del Sena dé ese bochornoso espectáculo”.
Las tres personas llegaron y me convencieron de que dejara de beber y de jugar, porque también estaba jugando cartas. Tambaleándome me condujeron al convento, me dieron un Alka-Seltzer, y me organizaron un aposento en el que pasé la rasca esa noche... ¡Qué penononóóón!
Cuando desperté, al amanecer del sábado, las monjas –muy gentiles– me insistieron en que me bañara para mejorar mi aspecto. No pude resistirme, y les hice caso.
Ya listo para salir, me retuvieron porque... “El profesor, no se puede ir sin desayunar”. Tocó aceptarles, y –en medio de una amena camaradería con las religiosas– degusté así uno de los más opíparos y suculentos desayunos que he consumido.
Nunca más volví a beber en esa cantina, pero... me hice más amigo de lo que era de esa comunidad.
                                                ...
Cabe anotar aquí que en una de mis salidas de Cali para Sevilla, le pedí a mi hermano Abelardo que –antes– me acompañara al banco. Él se quedó en la entrada cuidándome la maleta que contenía todas mis pertenencias para estrenar, la puso en el suelo y la apretó con los pies. Como se cansó, aflojó un poco las piernas; y –por detrás– un malandro tomó sigilosamente la maleta, y se la robó... sin que mi hermano se diera cuenta. Tocó devolvernos a casa, y postergar mi salida para el día martes; no sin antes avisarles al Sena en Cali, y a las Marianitas en Sevilla.

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